Eduardo Jaime: Llevando la educación ambiental hasta su tierra de origen, Monte Patria
“El desastre ambiental ya está y por eso cuando uno educa a los niños no puede ser tan idealista. Hay que inculcarles el cuidado, por supuesto, de saber admirar la naturaleza, pero también mostrarles la realidad, los conflictos ambientales que existen, mostrarles lo que pasa en Ventanas, el smog en Santiago, los incendios forestales…”, cuenta Eduardo Jaime, egresado del Magíster de Desarrollo Regional y Medio Ambiente de la Escuela de Graduados de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Valparaíso y quien en 2021 ganó el Premio Nacional de Medio Ambiente 2021 en la categoría Tierra, que entrega Fundación Recyclápolis.
Jaime es profesor de Historia y Geografía y dirige desde hace una década el proyecto “Sembrando educación ambiental en tierras lejanas”, que se desarrolla en las escuelas rurales y en la comunidad de la quebrada agrícola de Colliguaycito, ubicada en la comuna de Monte Patria, en la provincia de Limarí, Región de Coquimbo.
Sobre su experiencia en la UV, cuenta que “entré al Magíster en 2013, con una beca Conicyt. Fue una bendición y una tremenda oportunidad. Yo venía egresando de la Universidad de La Serena y en la UV tuve una maravillosa experiencia en una facultad distinta, porque en la ULS había estudiado en la Facultad de Ciencias Sociales y en Valparaíso pude aprender de profesores de distintas áreas. Recuerdo haber tenido clases con Hernán Gaete, Gerardo Leighton, Claudio Carrasco, Alfredo Sánchez y Fernando Murtiño. Yo decidí dedicarme al área del medioambiente y ya había empezado con la educación ambiental en Monte Patria, así que no quise dejar mis talleres y eso tuvo frutos después, pero el Magíster me ayudó mucho entregándome herramientas, la metodología y los contactos que mantuve. Conocí otras Facultades, como Ciencias, o la Escuela de Ingeniería Ambiental, que en esa época estaba en Playa Ancha. También había convenios para usar la biblioteca de la UPLA y ahí también conocí gente. Fue una gran ventaja haber estudiado en un polo universitario enorme como lo es Playa Ancha”.
Jaime relata que “sobre el final de mi carrera de pregrado decidí que no iba a ser profesor de la manera tradicional, sino que quería crear cosas más que reproducir conocimientos, que es lo que hace habitualmente un profesor, entonces creé un programa de educación ambiental. No quería quedarme en lo tan teórico, tan metido en el aula; quería romper esos esquemas, innovar, y en la UV pude desarrollar esa idea, sobre todo al hacer la tesis del Magíster, que fue como el prototipo de mi trabajo, porque la fortaleza era el trabajo en terreno, que es lo que yo ya estaba haciendo en Monte Patria. Yo le fui a presentar mi proyecto al municipio, que consideró muy buena la idea de talleres en escuelas municipales y la aceptaron”.
Agrega: “Enseñaba a los niños a conocer la flora, la fauna, los sacaba a terreno, todo en forma paralela a cursar el Magíster. Partí con tres escuelitas, ganaba re poco, pero me mantenía. El 2015 terminé el Magíster, seguí mi trabajo en Monte Patria y surgieron los proyectos Explora a nivel regional, que nos permitieron llevar a los niños a ferias —ganamos varias de ellas—, y ahora trabajamos con científicos de las universidades gracias a la virtualidad, que ha ayudado mucho en la educación rural. La pandemia nos dejó una enseñanza valiosa de abrirnos a la virtualidad, que antes lo veíamos como una educación de poca calidad, pero en lo rural ayuda, permite a un niño del campo relacionarse con académicos de Brasil, de México. Llevamos dos años trabajando así, los niños presentan sus trabajos y aprenden nuevas cosas. Actualmente trabajo con seis escuelas”.
Sobre qué lo motivó a dedicarse a la escuela ambiental, Eduardo Jaime explica que “yo, afortunadamente, me crie en una familia campesina, que trabajaba la tierra, criaban cabras… A mi padre siempre le gustó la tierra, entonces a mí me gustó de chico, en los ’90, cuando el medioambiente era muy distinto en Monte Patria, porque había agua —no como ahora que hay una sequía terrible—, se sembraba alfalfa, y en esos alfalfales yo veía las mariposas, las liebres, las perdices —que ahora están extintas—, ratones… Era un ecosistema perfecto, una escuela natural, había mucha vivencia ahí en los alfalfales. Siempre me pregunto por qué no empezamos a preocuparnos antes por el medioambiente, por qué no lo hicimos antes de estas sequías, los incendios, la contaminación, que son cosas que lamentablemente van a seguir y la única forma de mitigar sus consecuencias es sembrando conciencia ambiental, aunque sea desafiante. Las generaciones nuevas tienen más conciencia del cuidado, pero entre la gente mayor sólo algunos, porque antes esto no era parte de la política pública”.
Jaime relata que nunca se ha alejado de su lugar de origen: “A mí me gusta mi tierra, la tierra que me vio nacer, donde me formé. Acá están mis papás, acá viví mi infancia, mis abuelos también son de acá. Y también mi compromiso con los niños influye a la hora de elegir dónde estar. Uno como educador ambiental tiene un compromiso con la sociedad, más allá de los desencuentros que existen en este tema, que también surgen a la hora de crear conciencia. Mi objetivo es que este trabajo perdure en el tiempo, en algún momento voy a estar viejito y ya no voy a poder andar subiendo cerros, pero quiero dejar en los niños una semilla, para que continúen esta labor. Yo soy el primer profesional de mi familia, mis padres no saben leer ni escribir, pero fui un privilegiado no por nacer en cuna de oro, sino que por los apoyos que encontré y especialmente por la formación de mi papá, que es luchador, perseverante, y sin eso tal vez no habría tenido el espíritu de crecer que tuve. Él tenía la lógica de esforzarse y eso me hizo ganarme becas en todos los niveles y conseguir apoyos, ya que en esa época costaba mucho estudiar porque no había gratuidad, entonces había que ganarse becas. Yo tuve la Beca Presidente de la República durante toda mi enseñanza media y universitaria”.