Paulina Aliaga: “Los profesores hacen clases para transformar”
La jefa de carrera de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Magallanes comparte su visión de la enseñanza y rememora su paso por la UV.
“¿Tú sabes lo que significa ser profesora?” fue lo que preguntaron sus padres a Paulina Aliaga cuando se sentaron a conversar sobre qué carrera estudiaría en la educación superior. Hija de docentes de Filosofía que estudiaron en la antigua sede Valparaíso de la Universidad de Chile, la actual jefa de carrera de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales para Enseñanza Media en la Universidad de Magallanes se crio en Rengo antes de seguir los pasos de sus progenitores y recalar en la UV para estudiar Historia. “Mis padres se conocieron ahí en Valparaíso y luego se fueron a vivir a Rengo. Allí trabajaron y han trabajado, mi papá todavía trabaja en la educación pública y mi madre se acaba de jubilar hace poco. A los 18 años me fui a Valparaíso a estudiar, porque mi familia paterna también es de es de allá; yo quería estudiar en Valparaíso y elegí la Universidad de Valparaíso entre todas las universidades que ofrecían Pedagogía en Historia en la región, por ser una universidad laica y también por tener mejor formación en historia”, relata.
“Siempre me gustó la historia y a la hora de definir desde dónde la tomaba, pensé también en Antropología, en algún minuto en Sociología, pero al pensar la vida cotidiana, preferí y elegí la conexión con la gente, entonces el sentido de aprender historia estaba en enseñar historia. Yo lo veía en mi casa todos los días, mis papás no eran profesores de Historia, pero la conversación, el cariño, el vínculo pedagógico es algo con lo que me crie, entonces a la hora de definir cómo quería que fuera mi vida, pensé en la vida que habían disfrutado mis papás y el valor también de la vocación, porque son dos profesionales con amplia vocación, y tenía muchas ganas de vivir eso”, agrega.
Llegó entonces el momento de la conversación sobre su futuro: “En mi casa fueron muy serios con el sentido de responsabilidad, o sea, de lo que implicaba ser profesor. A mí me sentaron y me dijeron: ‘¿Tú sabes lo que significa ser profesora? ¿El compromiso que vas a asumir? Tú lo has visto’. Mis papás fueron profesores de Filosofía durante la dictadura, con todo lo que ello implicaba. Y ver lo que significaba trabajar en un liceo público. Yo no me crie con una nana o algo así, mi mamá nos llevaba al liceo cuando no tenía quién me cuidara cuando chica y eso permitió que conociera a sus estudiantes y que disfrutara la infancia desde otra mirada también y comprendiera lo bonita que es la comunidad que se da en torno al liceo, con todas las dificultades que ello implica, las cosas complejas que pude ver en mi casa y que después me tocó enfrentar, pero con un sentido de responsabilidad súper grande en donde lo económico no era lo principal. Yo estudié pedagogía no por el sueldo: estudié pedagogía por el sentido social, que es lo que me hace levantar todos los días. No podría haber estudiado una carrera que no me provocara las ganas de levantarme, de transformar, de mirar a alguien a los ojos y saber qué está pensando, y que yo pienso y aprendo de la otra persona. Y en eso sí fueron muy serios y yo se los agradezco muchísimo, porque de esa manera me tomé muy a pecho el sentido de responsabilidad de estudiar en una universidad pública, de trabajar en el servicio público también, que era mi anhelo a la hora de buscar trabajo, y de imaginarme como profesora de liceo. Que esté hoy en la universidad tiene que ver con vaivenes que vinieron después, pero yo me pensé como profesora de liceo y no como historiadora ni nada así”.
“Yo se los digo a mis alumnos acá, que muchos de mis compañeros y mucha gente entra a estudiar Historia pensando en ser historiadores y no profesores, y después se frustran mucho a la hora de enseñar. Hay mucha gente que entra a pedagogía que no se toma en serio lo que significa ser profesor y van a hacer trámites en vez de clases. Lo que más necesitamos hoy, y que es bonito ver que hay, y hay muchos chicos que están ejerciendo la pedagogía en circunstancias complejas, pero con mucho compromiso. Circunstancias complejas que también me tocaron a mí, pero el sentido de realidad que tú tomas cuando haces clase en una sala diversa, con cuarenta alumnos, con 38 alumnos; me tocó trabajar en Recoleta con siete alumnos haitianos, dos de Bolivia, cuatro de Perú y tres venezolanos, un tercio era chileno. Esas son bellezas y oportunidades que pocos podemos presenciar”.
Provocar preguntas
Respecto a cómo entiende la pedagogía, comenta que “para mí funciona en la medida que provoco preguntas. Mientras más preguntas haya en una sala de clases, más sentido tiene la labor de enseñar. No es dejar el conocimiento, sino que la relación dialógica de la pedagogía, el derecho a la duda, que cada vez es más complejo y una gran bandera de la educación, más que la certeza, más que el resultado, la buena nota, el buen puntaje, esta visión del éxito. El tomar el tiempo para dudar, para preguntarte, para querer explicarte algo, es uno de los valores que tiene la educación, y poder ser parte de ese proceso que es único, porque ¿cuánto tiempo tiene un estudiante para leer, para estudiar y cuánto tiempo va a tardar en volver a ese espacio? Va creciendo y después ya no tienes el mismo tiempo para resolver esas dudas, para preguntar, para contemplar”.
Añade: “Si pienso en mi vida universitaria, grandes profesores míos fueron más que grandes investigadores, fueron personas que se dieron el tiempo de comprender y de pensar la historia y de invitarte a pensar y participar de la historia. Entonces cuando te invitan a participar, la historia está contigo, no está distante, y ahí te conviertes en ser parte de la historia y es el rol que yo creo fundamental de todo profesor. Bueno, lo dicen los historiadores también: Joseph Fontana, Marc Ferro, recalcan muchísimo que la historia tiene sentido en la pedagogía, la historia de la humanidad no existe ni se cultiva sin cuidar las formas en las cuales se transmite y eso es algo fundamental. Marc Ferro tiene un libro impresionante que se llama ‘Cómo enseñar historia a los niños del mundo’ y Joseph Fontana tiene una carta —que también yo se la paso a mis alumnos— acerca del sentido de enseñar historias. Siendo ellos historiadores, y lo dice Fontana, en la medida que él fue investigando, se dio cuenta de cuán importante era enseñar la historia con seriedad y cómo tomar decisiones sobre qué voy a enseñar, cómo lo voy a decir, cómo voy a presentar la historia. En ese sentido, lo podemos pasar súper bien, porque podemos desde el pasado hacernos presentes y ser parte como sujetos en la sala de clases, pero sujetos también de la historia que están en una sala de clase pensando desde el presente el pasado, tomando también partido, tomando decisiones a través de la palabra”.
Amistad, compañerismo y profesorado
Sobre su paso por la UV, cuenta que “entré el 2002. Llegué súper bien, aunque teníamos algunas dificultades al tiro en primer año, porque era la primera vez que se había abierto la matrícula masiva y había 75 compañeros en una sola clase. Cuando recién entramos no cabíamos muy bien, todo era bien complejo. Entonces, claro, al segundo año ya estábamos protestando, y estaba todo el boom de cuestionar al rector Riquelme. Entonces, a propósito de lo mismo, pero más allá de eso también, el mismo relato de llegar en esa circunstancia de inmediato hizo germinar una amistad y un compañerismo con el resto de la carrera, en esto de organizarse, en fin, y en adelante fue un curso muy movido”.
“Y respecto a los profesores, los primeros años fueron difíciles, teníamos profesores muy distintos, unos que eran muy mayores y tradicionales, de la vieja escuela, muy positivistas. Eran muy amables, pero más tradicionales. Recuerdo a Sergio Flores, a Javier Figueroa, había un profesor que era cura en el cerro Cordillera y nos hacía Medieval. Y dentro de eso el que más me llamó la atención fue Claudio Díaz, que murió hace poco, que era muy histriónico. Pero los profesores que ya empezaron a darle como un sentido distinto comenzaron a aparecer en segundo año y ahí es cuando ya me encuentro como: ‘Ah, esto es Historia’. Titubeé en primer año, dije: ‘Esto no era lo que estaba buscando’. Pero luego ya me encontré con una visión más crítica y se me abrió el mundo. Luis Castro, que nos hacía Paleohistoria, impresionante; luego estaba el profe Leonardo Jeffs, que fue director del Instituto y que marcó mucho a mi generación, fue uno de los profesores más importantes para muchos estudiantes de Historia y estoy convencida de que fue muy poco valorado después su trabajo tan fraternal que hizo en la en la Universidad, donde dotó de un espíritu latinoamericanista a la carrera y promoviendo, por ejemplo, que nos organizáramos y fuéramos a congresos en Argentina, en Bolivia, y que nos interesáraamos por conocer no desde lo nacional sino desde la territorialidad cultural y latinoamericana. Eso era muy fuerte, que un profesor te hablara tanto de Bolivia como uno de los corazones importantes del motor de la historia, de Argentina, y no se quedaran únicamente en el sentido nacionalista de la historia, fue algo potente para un estudiante que va en segundo año de Historia, al menos en esa época era muy, muy potente. Luego estaba el profesor Patricio Quiroga, a quien yo también considero un amigo, mi maestro. Y para todos, en realidad, fue muy importante, él nos hacía Historia de Chile y nos invitaba siempre a una reflexión muy crítica, nos exigía muchísimo. Luis Corvalán también, Instituciones Políticas era el ramo más temido por todos, era impresionante. Además, nosotros teníamos muchos ramos, no era como en la actualidad, estábamos sobreexigidos, vivíamos en la universidad, partías a las ocho ocho y terminábamos a las seis, siete de la tarde las clases. Y eran muchas más asignaturas y horas de trabajo de las que son ahora. Luis Corvalán también fue muy potente en términos de entender la historia política y creo que también marcó muchísimo la generación, sobre todo a los estudiantes del curso inferior al mío, que armaron el taller de Historia Política, que terminó en una revista. Ahí está Aníbal Pérez, que es un excelente historiador, especialista en populismo, y Aníbal salió de ahí, de la Universidad de Valparaíso”, rememora.
Un aspecto relevante de su paso por la UV que Paulina Aliaga recuerda es “la lucha silenciosa de la profe Sonia Díaz, porque era complejo darte cuenta de que era la única profesora mujer en Historia. Y éramos muchas estudiantes de Historia, entonces yo creo que eso también es un hito que nos marcó a muchas compañeras, de entender que faltaban mujeres en las universidades enseñando historia, y eso también hizo que a varias se nos encendiera la ampolleta de pensarnos en otros espacios formativos. Disputar las formas de comprender la historia desde una perspectiva divergente, feminista, fue algo que se enciende a partir de la de la contradicción, que era lo que no vivíamos. Después llegó Carolina Figueroa a hacer clases, pero yo ya había egresado. Acá también vino el año pasado la profe Graciela (Rubio), la invitamos a la UMAG. Pero en mi época no, eran puros hombres. Y luego estaba el profe ‘Polo’ Benavides, que llegó cuando estábamos los últimos cursos y fue fenomenal. Nos enseñó muchísimo. Y también los profesores de Filosofía. Compartíamos siempre con Filosofía, lo que fue muy bonito. Me acuerdo de los paros, en que siempre se conversaba, eso era muy fraterno; no sé si es algo que pasa ahora, pero siempre había un diálogo pedagógico, un aprendizaje de historia, pero también político con los profesores. Eso fue muy importante en nuestra formación”.
Prosigue: “Pienso que lo más importante de destacar de la experiencia de haber estudiado en la Universidad de Valparaíso es la calidad de los profes, profesores muy, muy comprometidos, con excelente formación académica, pero, sobre todo, humana, que entendían, que tenían pero clarísimo que la formación académica tenía que ser humana, que no estaba en una revista indexada, sino que estaba en la capacidad de transmitir y de formar. Y eso implicaba compartir una investigación; por ejemplo, me acuerdo del profe Luis Castro invitando a compañeras que se formaron a través de sus Fondecyt. El profe ‘Pato’ Quiroga también nos impulsó a postular a fondos internos de investigación, pero siempre con un sentido muy amable, que detenía el tiempo, no iba con esta corriente tan de ahora, esta vorágine en que es todo más más rápido, en que los plazos son más más cortitos. Y esa pedagogía muy dialógica, muy humana, partía en la sala de clases, se salía al patio a conversar con los profesores y después terminábamos almorzando juntos al frente, en Dos Norte, donde estaba el Instituto de Historia. Había un negocio muy chiquitito, que era una picada, donde almorzaban obreros que estaban trabajando en todos esos edificios nuevos y nosotros íbamos a comer porotos con riendas por luca, con un par de cervezas, con los mismos profesores, y seguíamos conversando, o sea las clases seguían después y fueron muchas las ocasiones en que al terminar las clases o un seminario nos íbamos con los profesores a seguir conversando”.
Intercambio
Sobre el final de su carrera, Paulina Aliaga postuló a un intercambio: “En esa época las carreras de pedagogía no tenían acceso y después entendí que era porque se suponía que no teníamos recursos, porque en esa época la Universidad te hacía el convenio, pero los estudiantes se tenían que financiar el intercambio, no había becas o las pocas que había no se las ofrecían a pedagogía”. Con un compañero, Ignacio Cáceres, hoy director del SLEP Santa Corina (encargado de Maipú, Estación Central y Cerrillos), exigieron ser tenidos en cuenta y así obtuvo la beca Santander de Movilidad Estudiantil para ir a la Universidad de Valencia (España) por un año. Luego regresó a terminar la carrera y tras egresar trabajó en el Liceo Eduardo de la Barra y en la misma UV antes de ganarse una beca de la Fundación Ford para estudiar un Magíster en Pedagogía con mención en Construcción de Saberes Pedagógicos en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Tres años estuvo en México, donde también participó como investigadora de un proyecto sobre Derechos Humanos y democracias en América Latina en la Flacso.
“De regreso a Chile estuve trabajando en el Colegio de Profesores, donde estuve en el Departamento de Educación, como profesional de apoyo a la investigación. Y ahí me encontré con un compañero de la UV muy querido, Nicolás Cataldo, actual ministro de Educación, compañero y amigo. Luego postulé a la Universidad Bernardo O’Higgins, en Santiago, y estuve trabajando ahí y a partir de distintas circunstancias de la vida decidí buscar trabajo en el sur. Ya no quería estar más en Santiago, colapsé un poquito con la ciudad, Santiago es un lugar extraño, no me acostumbré. Entonces empecé a buscar pega. Hice clases en colegios en Santiago, trabajé en Recoleta, en el Liceo Valentín Letelier, y fue algo muy lindo. Entonces postulé a un concurso público buscando por el diario, en Concepción y en la UMAG y salieron los dos. Elegí venirme a Punta Arenas, porque sentía que había más proyección en cuanto a cosas por hacer, más oportunidades de cosas por hacer y por aprender. Ingresé a la carrera de Pedagogía en Historia como profe con jornada completa. Me tocó la pandemia llegando acá y fue un período bastante complicado e inesperado. Luego me tocó la oportunidad de asumir la jefatura de la carrera y aquí llevo cuatro años ya haciendo clases y dos con la jefatura de carrera”, prosigue.
Magallanes
Paulina Aliaga se muestra complacida con su actual vida académica en la UMAG. “Esta es una universidad regional chiquitita y hay que tener las ganas de trabajar, yo creo que eso es lo primero. Ser profesor acá en la Universidad de Magallanes es muy distinto a postular a ser profesor, no sé, en la Católica. Aquí es de calle y eso es algo que a mí me gusta mucho. E implica mucha vinculación con el medio, no sólo por el tema de las prácticas pedagógicas, sino por las necesidades de la región. Es la única universidad regional en un contexto de insularidad y es difícil de comprender cuando vives en el centro del país, pero esta región es muy grande y estamos muy lejos. Me demoro tres horas y media en llegar de Santiago, que es lo mismo que se demora un avión en ir a Lima y esa es la mejor referencia o la que me ha ayudado a que otras personas entiendan la distancia”, explica. “Es una región llena de historia, de muchas memorias, de muchos dolores y de grandes dificultades para poder recuperar esas memorias y esas historias, sobre todo por la afrenta nacionalista con la cual se ha construido la historia en Chile. Hay que recontar y rearmar también la historia de Magallanes, en la que se reconoce que estuvo formada y poblada por europeos, pero la gran fuerza de colonización es chilota. Son los trabajadores, las familias de Chiloé las que vinieron a construir esta región, y son los hijos y los nietos y los bisnietos de esas familias los que estudian en esta universidad. Aun cuando existe esta herencia croata, hay todo un movimiento por recuperar esa ancestralidad que es propia de la navegación de los territorios del maritorio subantártico, que es como nosotros lo llamamos acá. Y esa comprensión de enseñar en un diálogo permanente entre la tierra y el mar es algo muy particular de la Región de Magallanes en términos de enseñanza”, complementa.
“Lo primero que les transmito a mis alumnos acá, futuros profesores, es el sentido de responsabilidad, el sentido de responsabilidad con la transformación. Los profesores se levantan y hacen clases para transformar, no para el statu quo. Y existe a veces esta convicción de que si cumplo con el papeleo y me va bien, a lo mejor estoy cumpliendo. El llegar, el cumplir con los plazos, con la burocracia, eso no es cumplir con la educación: cumplir es cumplir con la transformación, con tomarse el tiempo para generar diálogo y conocimiento. Y el conocimiento no existe sin pensamiento y eso también es algo muy importante que decir a los estudiantes. Porque yo puedo leer y puedo saber o creer que sé mucho, pero si no reflexiono sobre ello difícilmente voy a poder generar procesos de transformación. Entonces que aprovechen la Universidad como un espacio para conocer, pero para transformar y para pensar, y para poder transformar hay que transformarse a uno mismo, también hacer un ejercicio de deconstrucción. Nosotros hablamos acá mucho con mis colegas y les inculcamos a los estudiantes desaprender. Lo primero que hay que hacer en un ejercicio de formación pedagógica es desaprender de las formas en las cuales aprendí y también de aquellas que quiero cambiar y que considero que podrían generar procesos de transformación a nivel social. El valor del pasado no está únicamente en los libros: está en la piel y en los sentidos de la ancestralidad de los antiguos, como se dice mucho acá, y los antiguos no solamente descansan en un archivo judicial o en un libro, sino que en los abuelos, en las calles, en una perspectiva que es importante que inunde la pedagogía y la historia, que deje de ser antropocéntrica únicamente, que pensemos en la globalidad de la vida”, concluye.